Tenemos el lujo de que Jesús nos considere, no simplemente sus servidores, sino su mismo cuerpo. Y como cuidamos nuestro cuerpo: lo limpiamos, alimentamos, damos descanso y tratamos de vestirlo bien, así nos cuida. Nos lavó del pecado y la podredumbre moral en que vivíamos ( 1 Corintios 6:11). Nos da el pan de cada dia (Mateo 6:11) y también alimento espiritual. Nos ayuda a cargar con nuestros problemas como un par de bueyes que tiran juntos del mismo yugo, para que así podamos descansar (Mateo 11:29). Sabe de qué cosas tenemos necesidad y las suple (Mateo 6:31-33). Y como cuando nos lastimamos o estamos enfermos todo el cuerpo lo lamenta, así comparte nuestro sufrimiento y nos sana (1 Corintios 12:26 y Isaías 53:4).
Pero ser la cabeza significa también que nos dirige. Hace planes, nos señala el rumbo. Aunque en realidad más de una vez nos rebelamos, como si fuéramos más sabios que Dios para tomar decisiones, o si tuviéramos más experiencia. Somos como un miembro del cuerpo que sufre espasmos o provoca calambres. Queremos ir por nuestro lado mientras el resto del cuerpo va a otra parte. Deseamos ser independientes, como si nos fuera mejor solos… ¡Cuánta paciencia nos tiene Jesús! Aunque de vez en cuando nos hace tragar la medicina por la fuerza, para sanarnos.
Cristo es la cabeza. Se lo merece porque es el Creador. Sin embargo renunció a su gloria para hacerse humano y experimentar lo que es vivir bajo el dominio de otra nación, trabajar de humilde carpintero, ser menospreciado, ser llamado loco, ser traicionado, ridiculizado y cruelmente atormentado, para finalmente ser clavado en una cruz. Él podía evitar todo ese dolor, pero lo soportó para librarnos del castigo por nuestra maldad. Con valor y humildad, con un amor más allá de todo, se entregó igual que un cordero para ser sacrificado. Y murió.
La historia no acabó ahi. Porque resucitó. A los que vamos a él y le pedimos perdón por nuestros pecados, nos recibe como familia, como su propio cuerpo. Nos consuela diciendo: «Yo ya pasé por ese dolor que tienes. Yo morí y resucité para que también tú puedas morir a esa vida de sufrimiento y resucitar a una vida plena. Y cuando tu cuerpo vuelva al polvo, no temas porque no va a quedar ahí, un día lo voy a resucitar.» Cristo se ganó así el derecho al primer lugar. Porque pagó nuestra culpa, porque nos compró a precio de su propia sangre, porque venció la muerte ¡Y porque se ganó nuestro corazón con tanto amor derrochado!!!!