Eran tiempos duros. La nación de Dios, Israel, se había alejado cada vez más de los mandamientos divinos. A los profetas los silenciaban con la muerte, no había misericordia ni justicia. Las ciudades se llenaron de sacerdotes idólatras. Toda clase de pecado crecía y las autoridades lo consentían. Llegó un punto en que Dios dijo: ¡Basta! y mandó al profeta Elías con un mensaje de juicio. No llovería en todo el país hasta que él diera la palabra. Con el correr de los meses se fue sintiendo la sequía. No había pastos para los animales, pero aún quedaban alimentos almacenados. Pero pasó un año y otro y otro. Para entonces el hambre era gravísima. ¿Qué pasó mientras tanto con Elías?
En cuanto dio su anuncio. El Señor le dijo que fuera al arroyo de Querit, que allí lo alimentaría. Y en ese lugar vio cada día el milagro de Dios, porque los cuervos le traían pan y carne por la mañana y a la tarde. Cuando el arroyo se secó lo mandó a Sarepta, donde hizo otro milagro para que una viuda lo alimentara con un puñado de harina y aceite que no se agotó en todo el tiempo que estuvo allí.
Cuando obedecemos a Dios, no importa las circunstancias difíciles que nos rodean. De alguna manera, Dios va a proveer para nuestro sustento. Si es necesario hará milagros que mantendrán nuestra fe firme, mientras satisface nuestras necesidades.