En tiempo de Ezequiel, la nación se había vuelto idólatra, llena de violencia y toda clase de maldad. Los profetas verdaderos les decían que se arrepientan, porque Dios estaba enojado. Si no cambiaban vendría el castigo. Pero la gente no les creía porque los otros le profetizaban abundancia y paz ¿Y qué pasó? Dios vino con mano dura y todas esas palabras bonitas se las llevó el viento…
Por más que revoquemos la pared con barro, para que no se vean las grietas, no se puede. Porque Dios está decidido a descubrir la verdad: No somos la novia que él viene a buscar. No somos esa iglesia vestida de blanco, que es la pureza de labios y de corazón. Amamos más sus regalos que a él. Preferimos lo que nos ofrece el diablo (lujuria, orgullo, avaricia, venganza), que lo que agrada a Dios. Por eso el Señor está indignado. Va a tirar abajo el revoque de palabras positivas. Las promesas falsas, de los falsos maestros que le robaron el corazón de su amada.