Job estaba enfermo y golpeado por la desgracia. Pero aunque no reconocía haber cometido ningún pecado de los que lo acusaban, sabía que no era santo. Por eso al hablar con Dios le decía: «sé que no me tendrás por inocente».
Ninguno de nosotros es lo suficientemente justo ante Dios, pero él nos ve santos cuando por la fe «nos lavamos» en la sangre de Cristo. Entonces, sana nuestro corazón afligido, nuestra mente enferma y muchas veces también hace un milagro dándonos sanidad física.
Si tienes dolor, pero la culpa te hace sentir indigno, recuerda que Cristo murió en nuestro lugar y que «…él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.» Isaías 53:5