Israel era el pueblo escogido, amado y cuidado por Dios. Se dividió en dos naciones, pero igual el Señor siguió amándolos. Nunca faltaron los profetas ni la misericordia divina.
Dios buscaba hijos que inspiren al bien, pero se volvieron orgullosos, borrachos e idólatras. Por eso se encendió el celo de Dios ¿Adónde están mis hijos? ¿Por qué alaban a las obras de sus manos, si todo lo que tienen YO se los di?
Entonces vino el castigo. Y la capital, Samaria, tan hermosa como pecadora fue sacudida como por granizo y sus enemigos la cubrieron como inundación.