Cuando ves a otros lanzarse a través de una tirolesa puedes pensar: «Parece divertido». Pero una vez que estás ahí, al borde del precipicio, escuchando cómo silva el aparejo en el cable de acero y la persona que se desplaza a toda velocidad grita, bueno, empiezas a caminar para atrás, sientes un cosquilleo en el estómago y empiezas a pensar: «¿Qué pasa si se sale uno de los ganchos? ¿Y si no llego hasta la otra punta y me quedo colgando en el medio?» y otras preguntas semejantes. Pero entonces ves que al llegar al otro lado el hombre se ríe. Está feliz y no solo porque pisa suelo firme, le gustó. Entonces te armas de valor nuevamente. Si el cable te sostiene sabes que puedes «volar» sobre el abismo.
En la vida nos pasa algo parecido. Desde lejos las cosas parecen más fáciles. Pero cuando estamos justo a un paso, parece que se complican, empezamos a ver los peligros. El pueblo de Dios quería llegar a la Tierra Prometida. Por años habían marchado por el desierto alentados por ese sueño. Cuando por fin llegaron, tenían que cruzar el río y estaba crecido. Del otro lado, la ciudad de Jericó, rodeada de muros, estaba fuertemente vigilada. Su ejército ya los estaba esperando. Josué había servido como ayudante a Moisés. Supongo que muchas veces habrá soñado con ocupar un lugar tan destacado. Pero ahora se daba cuenta que cruzar el río era imposible, que iban a tener que pelear para tomar la tierra, que no iba a ser sencillo que el pueblo lo respetara como líder ¿Qué pasaría si fracasaba? ¿Y si no era el tiempo todavía de cruzar al otro lado? ¿Y si sus hombres se acobardaban cuando había que pelear?
Entonces Dios le da esta palabra. Una orden y una promesa. Tenía que esforzarse y ser valiente, y Dios estaría siempre con él. Esta promesa es también para nosotros. Jesús no busca personas extraordinarias. No hace falta ser un héroe o un genio. Pero lo que sí necesitamos para seguirlo es valor para enfrentar la oposición y esfuerzo para perseverar. Él promete estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, ser nuestro consejero y amigo. Y la recompensa la veremos no solo en esta tierra sino también en la eternidad.