A veces pensamos que Dios es el dueño solamente de la naturaleza. Pero él es también el dueño de los seres humanos porque somos sus criaturas y es también el dueño de la taza de café con leche que tomas, porque él te la dio. Todo lo que tenemos es porque él nos lo entregó directa o indirectamente.
Por eso tenemos que reconocer que nuestro Padre Celestial es magnífico, poderoso y glorioso. Como nadie puede superarlo es también victorioso y digno de honor. Dejemos de intentar enriquecernos con nuestras fuerzas. Si todo es suyo la mejor manera es pedirle a él lo que necesitamos. No intentemos ganar las batallas al diablo usando el nombre de Dios pero sin llevarlo dentro nuestro. Podríamos salir desnudos y heridos (leer Hechos 19:13-16). Busquemos al victorioso y unámonos a las filas de su ejército.
Dios no es egoísta. No quiere guardarse todo para él. Nos adoptó como hijos porque nos ama. Acerquémonos a Dios y él se acercará a nosotros (Santiago 4:8) y disfrutaremos de gozo pleno y de sus delicias: «Me mostrarás la senda de la vida; En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre.» (Salmos 16:11)