La Biblia no es un libro más. Muchísima gente fue transformada por leer sus páginas. A veces pasa que la vemos como un conjunto de historias y normas, como letra muerta. Es porque estamos ciegos espiritualmente. Por eso nos aburre, no le encontramos aplicación para nuestras vidas. Pero cuando el Espíritu Santo abre nuestros ojos descubrimos los tesoros escondidos que Dios preparó para nosotros.
¡Cuántas veces la leo y no me dice nada, pero un día de repente la entiendo! Quizás escuché predicar muchas veces esos versículos, pero solo cuando Dios habla a mi espíritu puedo comprender realmente qué significa. Es una sensación poderosa, que aumenta mi fe, me consuela, me maravilla.
Después de resucitar, Jesús se apareció a un par de discípulos que iban camino a Emaús. Mientras caminaban les explicó lo que los profetas habían anunciado. «Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?» (Lucas 24:32). Si todavía no experimentaste esa sensación, ora a Dios como el salmista: «Ábreme los ojos para contemplar las grandes maravillas de tus enseñanzas.» Salmos 119:18 (RVC)