Cuando Jesús pasó por su peor momento, sus amigos, los discípulos, toda esa multitud que le había dado la bienvenida al entrar en Jerusalén ahora lo dejaron solo. Tenían miedo, perdieron su fe. Unas mujeres quisieron ver qué pasaba: Quizás a último momento venían unos ángeles a salvarlo, tal vez ocurría un milagro y descendía de la cruz… Pero Jesús no podía hacer eso. No porque no tuviera el poder, es que era su misión, debía morir en nuestro lugar para pagar por nuestros pecados.
Lo dejaron solo, lo miraban de lejos. En cambio Jesús no nos deja solos. Él está con nosotros SIEMPRE, hasta el fin del mundo: «…He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.» (Mateo 28:20).
No mires de lejos a Jesús, mantente cerca de él y recibirás su amor y bendición.