Cuando Jesús entró a Jerusalén, días antes de ser crucificado, la gente le rindió homenaje.
Los discípulos le trajeron un burrito en el que nadie había montado, sus dueños se lo prestaron sin problemas. La gente tendía sus mantos en el camino o ramas con muchas hojas, como alfombra. La muchedumbre gozosa comenzó a alabar por todas las maravillas que había visto y decían: «¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas!» (Lucas 19:38).
A los religiosos no les gustó y dijeron a Jesús que haga callar a la gente. Entonces les respondió con el versículo que leímos. Dios merece alabanza. Si nosotros no le agradecemos y contamos las maravillas que hace, aunque sea ¡las piedras van a gritar dándole alabanza!
No dejemos de alabar si estamos enfermos o con problemas. Siempre hay motivos para celebrar y contar tantas cosas buenas que hace. Si las piedras son capaces de gritar para no dejar a Dios sin alabanza, ¿cómo no vamos a poder alabar nosotros?