Muchas veces somos como los adolescentes que no quieren escuchar los consejos de sus padres. No es que duden de su amor ni de sus buenas intenciones, simplemente quieren probar por ellos mismos lo que es bueno o malo. Otras veces piensan que los adultos no entienden, que se quedaron en la historia, que no conocen lo que es la vida de hoy.
¡Cuántas «metidas de pata» se podrían evitar al escuchar al que ya pasó por eso! ¡Cuánto dolor, cuántos nervios y preocupación sufre el que no quiere que nadie lo mande!
Dios, como un padre interesado en el bien de sus hijos, nos enseña lo bueno. Una y otra vez nos avisa cuando vamos por un camino que no nos conviene ¡pero no queremos escucharlo! Y después lo lamentamos. Pero ya es tarde.
Decidamos de una vez atender cuando Dios nos habla. Él sabe perfectamente quiénes somos, lo que queremos y también sabe en quiénes podemos confiar y en quiénes no. Él no se quedó en la historia, conoce el mundo de hoy en día, tal como es, no solo como lo pintan. Por eso, obedecer sus mandamientos es lo mejor que podemos hacer. Rindamos nuestra voluntad al Señor y estaremos tranquilos, tendremos paz y justicia.
¡Dejemos de porfiar! Seamos hijos obedientes y el Padre Celestial nos guiará hacia una vida que vale la pena.