Los discípulos de Jesús vivían con él, andaban juntos todo el día excepto cuando el maestro se retiraba a orar, escuchaban sus enseñanzas, incluso les explicaba lo que no habían entendido. Pero un día estaban navegando y se levantó una tempestad. Jesús dormía. Varios de los discípulos eran gente experimentada en el mar, pero tuvieron temor. Despertaron a gritos a Jesús: «¡Señor, sálvanos que perecemos!«. Reconocían que tenía poder, confiaban en él.
Jesús reprendió al viento y al mar. Enseguida todo volvió a la calma, en respuesta a esa voz que creó el universo. Los discípulos se asombraron y se preguntaron quién era para que los vientos y el mar le obedecieran. Le llamaban Mesías, vieron los milagros, pero no lo conocían realmente.
Muchos años antes, un hombre justo llamado Job fue probado. En un día perdió a sus hijos, sus bienes materiales, su salud, el respeto de los demás. Mientras se defendía de las acusaciones de sus amigos que estaban seguros que había cometido algún pecado terrible, comenzó a lamentarse delante de Dios. Entonces apareció un torbellino, del cual salió la voz de Dios que le puso las cosas en perspectiva. En ese momento, Job se humilló y dijo: «De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven.» (Job 42:5). A pesar que era un hombre íntegro, que adoraba a Dios y le servía, no conocía a Dios de cerca.
Generalmente es en las crisis, cuando nos acercamos más a Dios. Ya no, con la mente, calculando qué beneficios podemos obtener. No solo con las emociones, disfrutando un momento de paz o gozo. Sino con todo nuestro ser, porque sentimos que nuestra vida depende de él.
En cierta oportunidad Jesús preguntó a sus discípulos: «(…) vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.» (Mateo 16:15-17). Solo podemos conocer a Dios por medio de una revelación.
Dios anhela una relación estrecha con sus hijos. Por eso vino el Espíritu Santo. Pidamos a Dios que se nos revele, que abra nuestro entendimiento para conocerlo de verdad, que entendamos quién es él.