Nuestro Dios es compasivo, tarda en airarse y su misericordia es más alta que los cielos. Sus bendiciones alcanzan no solo a los justos, sino también a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Pero eso no significa que sea un «viejito bueno» que perdona todo, sin exigir nada.
Su justicia no le permite quedarse de brazos cruzados. Él es el padre de huérfanos y defensor de viudas (Salmos 68:5) ¿Va a quedarse callado cuando el malvado mata sin causa, cuando el poderoso roba impunemente, cuando sus ungidos son motivo de burla?
Él espera, da oportunidad de arrepentirse, pero su juicio llega. De ningura manera tendrá por inocente al culpable.
Nuestro Dios viene en la tormenta, en el torbellino y con grande poder.