A todos nos gusta regalarnos algo que dé placer a nuestra carne, ya sea una buena comida, ropa nueva o un viaje. Pero esa clase de placeres no sacian.
Cuando elegimos alimentar nuestro espíritu en vez de nuestra carne, el gozo no se pierde tan fácil. Pueden venir pruebas, momentos difíciles, pero nada podrá quitarnos el gozo de saber que Dios nos ama, nos ayuda y si permite algún sufrimiento es con un propósito, para nuestro bien. Como un niño en los brazos de su madre se siente seguro y calma su llanto, así somos confortados por nuestro Padre.
Elijamos alimentarnos con lo bueno, saborear el amor de Jesús, deleitarnos al meditar en la Biblia, disfrutar de ser parte de la familia de Dios.