Nada puede ocultarse ante Dios. Jesús conoce incluso lo que pensamos (Mateo 9:4; Juan 2:24-25). Por eso David le aconsejaba a su hijo: «Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto y con ánimo voluntario; porque Jehová escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de los pensamientos. Si tú le buscares, lo hallarás; mas si lo dejares, él te desechará para siempre.» (1 Crónicas 28:9).
Dios es luz y así como la luz revela lo que la oscuridad no dejaba ver, él saca a la luz lo escondido. Esto significa que no se puede mantener pecados en secreto. Pero también quiere decir que podemos pedirle que nos muestre nuestros errores y defectos que no vemos. Quizás la bendición no llega porque hay cosas que debemos quitar de nosotros. Oremos como David: «¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos.» (Salmos 19:12) y «Escudríñame, oh Jehová, y pruébame; Examina mis íntimos pensamientos y mi corazón.» (Salmos 26:2).