Me imagino que ninguno de esos ciclistas se detiene para sacarse una selfie. Tampoco se desvía para aprovechar a pasar por el supermercado. No se le ocurre buscar su propio camino para llegar al destino ¡No hay otro camino! La carrera se gana siguiendo la senda marcada hasta el final. Y para vencer no se puede perder tiempo.
¿Por qué en la vida cristiana nos distraemos tan fácil? ¿Cómo olvidamos el propósito? ¿Somos tan ingenuos que creemos posible llegar al cielo por nuestro propio camino?
Son los tiempos finales, el enemigo lo sabe y pone todo en la cancha para ganar. Nuestro adversario es tramposo, pero si nos salteamos las reglas nos acusa enseguida. Pide castigo cada vez que fallamos.
Tomemos en serio esta carrera. Lo que está en juego son las bendiciones presentes y lo más importante: el destino eterno ¡Corramos para ganar!