«Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado. 2 Este primer censo se hizo siendo Cirenio gobernador de Siria. 3 E iban todos para ser empadronados, cada uno a su ciudad. 4 Y José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David; 5 para ser empadronado con María su mujer, desposada con él, la cual estaba encinta. 6 Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. 7 Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.»
Lucas 2:1-7
Cuenta la historia bíblica que, al momento de nacer Jesús, hubo un censo. La gente debía ir a la ciudad de origen de su familia para ser empadronados. Por eso, las calles estaban llenas de viajeros.
Al observar la pintura, nos hacemos una idea de lo que habrán sentido María y José. Lejos de su casa, cansados, hambrientos y ansiosos por la llegada del bebé, se encontraron con un caos. Con una multitud de desconocidos ocupados en sus asuntos: unos recogiendo leña, otros apaleando la nieve, otro cargándola en el carro, unos soldados junto al fuego, los niños jugando, un grupo entreteniéndose con la matanza de un cerdo, una multitud en el edificio del censo… ¿Quién podía ayudarlos? ¿Dónde conseguirían lugar para pasar la noche? En una ciudad pequeña, como Belén, solo había un mesón ¡y estaba repleto!
No valía la pena preguntar en el mesón si quedaba alguna habitación. Pero igual fueron.
Podemos imaginarnos la escena teniendo en cuenta las costumbres de la época. El mesonero, preocupado por la situación de la joven pareja, los llevó a su casa, que era una sola habitación. A diferencia del mundo occidental, la gente no pasaba mucho tiempo dentro de las viviendas, incluso si el tiempo lo permitía preferían dormir afuera, sobre el techo. Por eso eran pequeñas. En la parte de abajo dormían los animales y había una plataforma que ocupaba las dos terceras partes de la casa, a la que se subía por una escalera de piedra. Aunque se suponía que en la plataforma dormían solamente el mesonero y su familia, dadas las circunstancias había acomodado a varias personas más. Allí los llevó.
Llegada la noche, le vinieron a María los dolores del parto. Aunque José, como carpintero, había construido seguramente una buena cuna, no la habían podido traer. Así que tuvieron que improvisar. El mesonero les ofreció el pesebre donde comían los animales, para que acostaran al recién nacido.
¿Tienes un lugar para Jesús?
El mesonero tenía la excusa perfecta para dejar en la calle a los padres de Jesús. Pero él los llevó a su casa. Compartió lo que tenía.
Hoy la gente no quiere compartir su vida con Jesús, no quieren darle su tiempo, su dinero, sus pensamientos, ¡NADA! Tienen muchas excusas para dejar a Dios fuera: «No tengo tiempo para orar», «Hoy no puedo ir a la iglesia porque tengo visita», «Mi familia no quiere que me haga cristiana», «No leo la Biblia porque no la entiendo», «Total Dios está en todas partes», «Dios es bueno, me va a perdonar si peco de vez en cuando», «Me cuesta creer»…
Jesús, después de resucitar fue al Cielo. Antes, les dijo a sus discípulos: «En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.» (Lucas 14:2). No sé usted, pero yo quiero que prepare un lugar para mí también, para pasar la eternidad con Dios y no en el lugar de tormento preparado para el diablo y sus seguidores. Pero, para que Jesús nos dé un lugar en la Casa del Padre, tenemos que darle a él un lugar en nuestro corazón, en nuestra vida, en nuestra casa.