Agar estaba en el desierto. Caminaba con su hijo sin tener adónde ir. Solo llevaba lo puesto, un poco de pan y un odre de agua. Cuando el agua se terminó, también se acabó su esperanza. Desconsolada, dejó a su hijo descansando y se fue unos metros más adelante, para no verlo morir de sed ¡Eso sería realmente insoportable! Podía aguantar la sed, podía abrir los brazos a la muerte ¡Pero no podía ver morir a su niño, su tesoro!
Entonces el chico lloró y Dios oyó su voz. Porque, a veces, ni siquiera hace falta orar, sino abrirle el corazón. Gemir delante de él, reconociendo que es el único que puede salvarnos. Entregarle al Señor nuestra voluntad y nuestro futuro.
Dios abrió los ojos a Agar y vio la fuente de agua. También le habló palabras de aliento y le reveló sus planes. Cuando pensaba que todo se había acabado, el Todopoderoso dijo: «Levántate, alza al muchacho, y sostenlo con tu mano, porque yo haré de él una gran nación.» (Génesis 21:18)
Quizás te toque atravesar circunstancias que van más allá de tus fuerzas. Aunque todo parezca haber acabado, aunque parezca que ya no queda nada por hacer, no te des por vencido. Dios tiene planes en marcha. Él te mostrará la solución. Con las fuerzas que te quedan tienes que sostener a los demás y depositar tu confianza en tu Padre Celestial, que nunca falla.