Los niños espirituales hablan a veces como hijos de Dios y otras veces como hijos del diablo. Pero si somos maduros en el Señor, aprendemos a controlar la lengua, «no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición.» (1 Pedro 3:9), hablamos palabras de fe, no murmuramos. Nuestra forma de pensar se va pareciendo cada vez más a la de nuestro maestro: Jesús.
«Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.» (Filipenses 4:8). Cuando crecemos espiritualmente no estamos mirando lo malo para criticar o juzgar a los demás, sino buscando lo bueno para dar gracias a Dios. Y eso nos hace más felices.
No seamos niños caprichosos, dominados por sus impulsos. Crezcamos para que Dios pueda darnos responsabilidad ¿Cómo va a ponernos en una posición de liderazgo si no sabemos cuidar a nuestros hermanos más pequeños?