Muchos se esfuerzan por mostrarnos un Dios que es puro amor y que perdona todo. Sin embargo, también es santo, aborrece el pecado. Por eso, cuando pecamos, su Espíritu Santo no puede permanecer dentro de nosotros. Por su gran amor no nos abandona, se queda al lado nuestro, incluso nos disciplina para que nos demos cuenta de nuestro error.
Dios es amor pero también se enciende en ira. En su celo castiga al que lo deja para adorar ídolos, también al que daña a sus pequeños.
La vida de todo cristiano tiene momentos de llanto, pero solo son momentos, porque la misericordia de Dios vuelve a levantarnos y consolarnos una vez que aprendemos la lección. Otras veces lloramos por culpa de los que hacen injusticia, pero también en ese caso Dios nos consuela y nos defiende.