¿De qué vale ser poderoso, incluso ser un gigante comparado con los demás, si acabas muerto?
Los dinosaurios eran criaturas gigantes, temibles, reyes en una época remota. Pero un día, el Señor decidió que había acabado su tiempo y destruyó su hábitat. Cambiaron las condiciones y no pudieron mantenerse con vida.
Cuando Dios llevó a su pueblo Israel a través del desierto, les salió al encuentro Og, rey de Basán. Era el último de los gigantes en esas tierras. Habrá pensado que porque miraba a los demás desde arriba, podía vencerlos ¡Pero no se puede ganar a Dios! El Señor le dijo a Moisés: «No tengas temor de él, porque en tu mano he entregado a él y a todo su pueblo, con su tierra; y harás con él como hiciste con Sehón rey amorreo, que habitaba en Hesbón. Y Jehová nuestro Dios entregó también en nuestra mano a Og rey de Basán, y a todo su pueblo, al cual derrotamos hasta acabar con todos» (Deuteronomio 3:2-3).
Hoy existe gente que se cree importante. Los demás los ven como gigantes porque son ricos y famosos. Algunos deportistas son puestos tan alto que los tratan como si fueran reyes, incluso dioses. Pero un día su reino se acaba.
Debemos ser humildes, reconocer que todo lo que logramos es gracias a Dios. No busquemos nuestra propia gloria, nuestro propio imperio de poder. Busquemos ser parte del Reino de Dios. Es el único que permanecerá para siempre.