¡Qué difícil renunciar a nuestra voluntad! ¿Y si parece que lo que Dios nos pide es un sacrificio más allá de nuestras fuerzas? ¿Y si significa esforzarnos para hacer algo solo en beneficio de los demás?
Jesús podía pensar todo eso. La «copa» de la que estaba hablando era derramar su sangre con la corona de espinas, los azotes y la cruz. No se trataba solo de dolor físico: sabía que Judas lo traicionaría, los demás lo dejarían solo en su peor momento, Pedro negaría conocerlo, se burlarían de él, lo humillarían… Todo eso para beneficio nuestro: unos pecadores que no merecíamos ni el saludo.
Parecía que Jesús no conseguía nada con todo eso. Pero el Padre que es justo, por haber expuesto su vida hasta la muerte le dio toda autoridad y un nombre que es sobre todo nombre:
«y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra».
Filipenses 2:8-10
No temas obedecer a Dios. El Señor no te va a pedir nada que no seas capaz de hacer. Él te va a acompañar en todo momento, te dará paz y gozo. Y como Jesús venció, también tú vencerás; como él recibió su premio, también tú serás recompensado.
No te engañes, la voluntad de Dios siempre es mejor que la nuestra.