¿La gente te seguiría al desierto?

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¿Por qué la gente iba a buscar a Juan el bautista al desierto? No era porque pareciera importante. No iba vestido de seda sino de manera tosca. No lo seguían por su simpatía, ni sus palabras bonitas. Tampoco hacía milagros. Entonces, ¿qué tenía?

Él era una caña (débil, insignificante) sacudida por el viento del Espíritu Santo. Se dejaba mover. Era un profeta que anunciaba que el Reino de los Cielos se había acercado. Era antorcha que ardía y la gente quería alegrarse por un momento con su luz. Era un hombre con un propósito divino, que no temía pagar el precio, un siervo elegido por Dios para preparar la llegada de Jesüs.

Si nos miran, probablemente seamos gente común, sin nada especial. Pero conocemos a Dios y podemos dejarnos guiar al desierto, o adónde nos necesite. Podemos vaciarnos de nosotros mismos para ser llenos del Espíritu Santo. Podemos atraer multitudes para llevarlas a los pies de Cristo.

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