Dios nos aguanta, no se cansa de nuestras quejas, nos sigue escuchando, aunque la mayoría de las veces no le hacemos caso igual nos aconseja.
Los hijos pueden agotar la paciencia. Piden una cosa y luego no les gusta, no quieren ayuda pero tampoco que los dejen solos. Como una niña que quiere ir a la nieve y luego protesta porque hace frío, quiere caminar sola pero resbala en la nieve y llora. Llega un momento que el padre se cansa y hace como que no la escucha.
Pero nuestro Padre tiene una paciencia infinita. Promete soportarnos hasta que seamos viejos. ¡Aunque no terminemos nunca de aprender!