Dicen que la esperanza es lo último que se pierde.
Job tenía su esperanza en Dios. No sabía si sus hijos hacían cosas malas cuando no los veía, por eso intercedía por ellos. Era un buen vecino, compasivo y justo, que esperaba que por eso le fuera siempre bien ¡Pero no fue así!
Satanás lo acusó delante del Señor de interesado, dijo que sólo servía a Dios para recibir sus favores ¿Será ese nuestro caso? Entonces Jehová le dio permiso para probarlo. En un día, Job perdió todo lo material: siervos, ganado, ¡todos sus hijos! Pero no protestó: «desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allí». Otro ataque del Enemigo: una sarna maligna. La gente del pueblo hablaba mal de él, hasta los chicos se burlaban, sus amigos lo acusaban de pecados ocultos. Su esposa, que lloraba a sus hijos, que perdió su prestigio, su riqueza, sus sirvientas, el buen nombre de su marido… le dijo que maldiga a Dios y se muera.
¿Y la esperanza?
¿Dónde quedó la esperanza?
¿Nadie tenía la esperanza que el diablo estuviera detrás de todo y al sacarlo se arreglaran las cosas? ¿Nadie tenía la esperanza que Job fuera lo que siempre había mostrado ser: un hombre íntegro?
Y a Job, ¿le duraba la esperanza o también la había perdido?
Este versículo tiene la respuesta. El árbol cortado está como muerto, pero volverá a vivir. Cuando Job lo dijo, se preguntaba si el hombre tenía la misma esperanza. Pero estaba profetizando. En otra parte, su fe lo anima a decir: ¡Yo sé que mi Redentor vive!
Aunque su esperanza flaqueó, su fe en el carácter de Dios, lo sostuvo. La fe es don de Dios ¡Y el Señor no quita su regalo a nadie! Créele a Dios, espera el cumplimiento de sus promesas, porque él es fiel ¡No pierdas la esperanza!