Allá en Esquel, en la Patagonia, hay pequeños productores que aprovechan también a criar gallinas para tener huevos frescos. Un zorro vio la oportunidad, se metió en el gallinero y se comió los huevos. Como le salió bien, volvió otro día y otro.
Luego, no le bastó con los huevos y empezó a comerse las gallinas. El dueño, veía las huellas del zorro y cada vez se enojaba más.
Un día llamó a su amigo y le dijo: «Vos sabés que me gustan los animalitos. No estoy de acuerdo con los cazadores que los matan por la piel. Pero este zorro se pasó de la raya. Vamos a salir a cazarlo.» Ese día, a la tardecita lo esperaron y siguiendo las huellas lo encontraron. No hubo escapatoria. Al otro día le llevaron la piel a uno que hacía artesanías de cuero. Así, el zorro que se creía tan astuto terminó convertido en cartera.
Cuando nos creemos vivos y que podemos hacer lo que queremos, ¡Cuidado, podemos terminar mal como ese zorro!