Las Palabras de Dios son dulces como un postre que disfrutamos entre amigos. Y a la vez son sustanciosas como un buen plato preparado sin mezquinar nada.
Ellas nos levantan el ánimo si estamos tristes, nos guían si nos desorientamos, nos enseñan si no entendemos, nos reprenden si nos alejamos de la voluntad de Dios. Todo eso y más hace la Biblia. Por eso debemos leerla cada día.