No hay lugar más seguro que en la sombra de «las alas» de Dios. Bajo su cubierta estamos protegidos. Su mirada vigilante ve más allá de lo que pueden mirar nuestros ojos y nos equipa para enfrentar cualquier situación. Como las plumas cobijan dulcemente a los pichones, nos conforta, nos transmite su amor puro y desinteresado. Con celo nos defiende de nuestros enemigos. Nunca nos abandona.
Por eso, aunque no somos dignos de ser llamados sus hijos y muchas veces le fallamos, le pedimos misericordia. Él no rechaza al que le busca de corazón. Nos guardará bajo sus alas.