David volvía con sus hombres a su ciudad, porque el ejército de los filisteos los había echado. Hacía años que habían tenido que dejar su patria porque el rey de Israel, Saúl, los perseguía para matarlos. Ahora volvían a su casa, con su familia, donde eran aceptados y queridos… pero al acercarse vieron el humo que subía. La ciudad estaba desierta, quemada, no quedaba nada.
Estos guerreros, los valientes de David, lloraron hasta que no tuvieron más fuerzas para llorar. Luego vino la bronca y quisieron matar a alguien ¿A quién? ¡A David!
Hay momentos que parece que no queda nada. Ya no tenemos ánimo. Da la impresión de que todo está perdido. Pero como David debemos buscar la guía de Dios. Cuando se encontró en esta situación desesperada, fue con el sacerdote y consultó al Señor. El Todopoderoso le aseguró que si perseguían a los merodeadores los alcanzarían y los vencerían ¡Así lo hicieron y recuperaron todo!
Otro caso, otro hombre. Caleb había recibido una promesa de Dios ¡hacía 45 años! Pero él no perdió la fe, ni las fuerzas. Aunque ahora era un hombre de 85 años, estaba fuerte y dispuesto para conquistar la tierra prometida.
No importa cómo se vea la situación, si Dios está con nosotros, aún es tiempo de conquista.