Dios nos amó cuando éramos sus enemigos. Jesús quiere que cada día nos parezcamos más a él. Por eso nos dio el mandamiento de amar a nuestros enemigos.
Eso no significa que aprobemos lo que hacen o que dejemos de hablar de Dios para no ofenderlos. Se trata más bien, de mostrarles compasión y no negarles la ayuda necesaria.