¿Te preguntaste alguna vez por qué tienes que pasar por tantas dificultades, si eres una hija o hijo de Dios? A veces, parece que el proceso no acaba nunca: Salimos de una, para entrar en otra.
El profeta Elías, en un momento de sequía y hambre, fue enviado a Sarepta. Ahí le dio una palabra a una viuda: si hacía un pan con lo último que le quedaba y se lo entregaba a él, Dios multiplicaría el harina y aceite. Ella obedeció y recibió un poderoso milagro, porque el aceite y harina duraron años.
Parecía que la mujer creía que Jehová era el Dios verdadero y que Elías era su profeta. Pero cuando murió su hijo, su fe se puso a prueba. Entonces, Elías oró ¡y el niño resucitó! Fue en ese momento, cuando su corazón quebrantado recibió el consuelo de ver de nuevo a su hijo, que de verdad creyó.
Un milagro no basta. Por más que día a día veía que el puñado de harina y el aceite no se gastaban, no creía del todo. Cada vez que comía ese pan, se olvidaba que era Dios quien se lo daba. A veces, nos pasa igual. Ya no vemos la mano de Dios bendiciendo y guardando nuestras vidas. Por eso, tienen que golpearnos las crisis, para que abramos los ojos, para que reaccionemos y creamos de todo corazón.