Hoy estuve leyendo en 2° Timoteo 4. Me impactó pensar que cuando Pablo escribió esa carta, sabía que pronto sería ejecutado. Le quedaban pocos días de vida y se aseguró de aconsejar y animar a su hijo espiritual para que continuara el trabajo. ¡Nosotros quisiéramos leer que vino un ángel y libró a Pablo de la muerte! Pero no fue así.
Sin embargo, él no lo veía como una tragedia. Se veía a sí mismo como un sacrificio para Dios, para que muchos sean salvos. Y decía confiado que había peleado la buena batalla (no dejó de luchar contra el diablo), terminó la carrera (siguió corriendo hasta el fin para merecer el premio) y lo más importante no perdió la fe. El arma más poderosa de Dios para levantarnos de cualquier situación, para darnos gozo en medio del problema más grande, para acompañarnos más allá de la muerte y darnos el premio más grande que podamos imaginar, su misma presencia. Si tan solo un toque de su Espíritu nos hace llorar y temblar, ¿Qué será estar en sus brazos amorosos? Gracias Papá por tu amor.