Cuando hablamos de fe, pensamos en sanidades, milagros… nos olvidamos de lo más importante: la fe que salva.
En momentos de necesidad, de dolor, cuando la gente nos falla o si tememos por nuestra vida, es fácil perder la fe. Nos preguntamos: ¿Dónde está Dios? ¿Se interesa por mí? ¿Es que acaso me sigue amando? ¡No pierdas la fe! ¡Lucha contra todos esos pensamientos del diablo!
Dios quiere vernos felices, desea que tengamos abundancia de todo, pero es sabio. No nos va a dar lo que haga mal a nuestras almas. Como cristianos tenemos que mirar las cosas a la luz de la eternidad. ¿De qué valen las riquezas, los amigos, incluso una vida larga y saludable si perdemos la vida eterna?