Así como los ojos empañados de lágrimas no ven bien, el corazón dolorido no puede ver la realidad. Los prejuicios, los miedos, el rencor, la angustia nublan nuestro entendimiento. Si no permitimos que Dios sane nuestras emociones, no hay manera que entendamos el mensaje de la cruz, del amor al prójimo, de la gracia para todos y lo demás que Jesús vino a enseñarnos para ser ciudadanos del Reino de los Cielos.
Acércate a Jesús y confiésale tu dolor, tu vergüenza, tu herida abierta. Háblale con confianza porque él es bueno para escuchar. No defrauda a nadie. Pídele perdón por lo que tengas que pedirle perdón. Tú sabes y él también. Entrégale esa carga a él, permite que él te limpie, te renueve y te haga una nueva criatura.
Entonces sí podrás entender el amor de Dios y su justicia.