Jesús fue invitado a unas bodas en Caná de Galilea con sus discípulos. Al acabarse el vino, María le dijo: «No tienen vino». Entonces Jesús les dijo a los sirvientes que llenen de agua las tinajas. Luego les mandó que llevaran una copa al maestresala, para que dé el visto bueno antes de servirlo. Cuando se la llevaron, el agua se transformó en un vino tan bueno que el maestresala felicitó al recién casado.
Como sucede actualmente, si se acaba el vino en una fiesta, se pierde el buen ánimo. Pero después del milagro la gente siguió festejando contenta. Esto puede llevarse al terreno espiritual. Cada culto es una fiesta para Dios. Nada debe empañar el gozo. Por eso Jesús transforma el agua en vino. Tanto el agua como el vino son símbolos del Espíritu Santo. El agua representa su poder para limpiarnos, hacernos más santos. El vino representa el gozo, la manifestación de los dones. Como ocurrió en el día de Pentecostés, que fueron llenos del Espíritu Santo y la gente creía que estaban borrachos, al ver su alegría y escucharlos hablar en lenguas. Nosotros somos como esas tinajas que debemos llenarnos del agua purificadora, limpiarnos de toda maldad. Entonces Jesús nos llenará de su gozo y podremos alabar y hacer fiesta a nuestro Dios.
No perdamos el gozo. Sin importar las circunstancias, siempre habrá motivo para estar agradecidos y alegrarnos en Dios. Contagiemos a otros con el gozo del Espíritu, hablando palabras de fe, cantando y dando gracias al Señor por todos sus favores.