No es «ver para creer»
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Sadrac, Mesac y Abed-nego eran tres jóvenes fieles a Dios que habían sido llevados cautivos a Babilonia. Allí el rey ordenó que todos adoraran su estatua o murieran en el horno. Ellos se negaron y con valor dijeron: «He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu
Nabucodonosor era el rey del imperio más grande de su época. Un día mientras se paseaba por su palacio empezó a alabarse a sí mismo: «¡Miren qué grande es Babilonia! Yo construí esta ciudad con mi poder. ¡La he hecho capital de mi reino para mostrar lo grande que soy!» entonces Dios le habló desde
La sociedad no tendría nada que decir al respecto si pusiéramos en práctica la Palabra de Dios.
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Los discípulos de Jesús se emocionaron de que los espíritus inmundos obedecieran cuando les ordenaban salir, pero Jesús dijo que lo que debía alegrarlos era que sus nombres estuvieran escritos en el libro de la vida, porque los que no estén registrados allí serán condenados por la eternidad.
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