Jesús recorrió el mundo buscando buenas perlas y te encontró, su ojo experto vio que estaba ante un tesoro de gran valor. Sabía que adquirir esa joya sería costoso, pero decidió que valía la pena. Lo entregó todo: dejó su gloria en el Cielo, haciéndose hombre (Filipenses 2:6-7). Pero eso no era suficiente, tuvo que entregar su propia vida (Juan 10:17-18), entregarlo TODO. Cuando caminaba hacia el Calvario cargando esa cruz donde sería clavado de manos y pies, él no veía la muchedumbre que se burlaba, no miraba el monte que lo esperaba, él miraba más allá (Hebreos 12:6). Por el gozo del premio pudo soportar entregar incluso su dignidad, al ser tratado como un malhechor y cargar el pecado del mundo, el justo por los injustos para llevarnos a Dios (1 Pedro 3:18).
No eres cualquier cosa. Dios te ama, te valora. No creas ni por un momento que él te va a dejar padecer, a menos que sea necesario. Él es justo, no desampara a los rectos de corazón ¿Qué clase de padre sería si no cuidara a sus hijos cuando más lo necesitan? Aunque envíe plagas y catástrofes sobre el mundo, te protegerá bajo sus alas (Salmos 57:1). Este es un tiempo en que el mundo será sarandeado, para separar el trigo de la cizaña (Mateo 13:24-30). Pero solo la cizaña será quemada, si somos trigo seremos guardados en su granero y ¿quién podrá separarnos de su amor? (Romanos 8:35). Si tu conciencia te acusa, si sabes que hay en tu vida cosas que no agradan a Dios, éste es el momento de ponerse a cuentas con él. Pedirle perdón con humildad y decidirte a cambiar con su ayuda.
Todos buscamos algo en nuestra vida que nos haga felices, plenos. El Reino de Dios es ese tesoro invaluable, esa perla preciosa, perfecta, que nos hará en verdad ricos. Pero para hacerlo tuyo tienes que negarte a ti mismo, tomar tu cruz cada día y seguir a Jesús. (Lucas 9:23).