Cuando clamamos pidiendo misericordia divina para nuestro país, debemos hacerlo con un corazón lleno de misericordia.
Si levantamos el dedo acusador, ¿cómo pedir compasión? Pero si seguimos el ejemplo del salmista que amaba hasta las piedras y el polvo, ¿cómo no amar a nuestro prójimo, aunque su corazón sea duro como piedra y esté sucio como polvo? ¿No vale su alma más que el suelo de nuestra nación?
Seamos misericordiosos.