Jesús sabía lo que le esperaba. Se lo había dicho a sus discípulos. Pero ¿cómo prepararse para ser traicionado, ridiculizado, azotado y clavado en una cruz?
A medida que se acercaba la hora, la angustia crecía. Fue con sus discípulos hasta el Monte de los Olivos, adonde planeaba esperar a que llegara el amigo perdido, Judás, el discípulo convertido en traidor. Entonces les pidió a los más cercanos que lo ayudaran a orar. Mientras él se fue aparte, porque esa batalla debía pelearla solo.ď Mientras oraba y pensaba lo que le esperaba, aumentaba su dolor. Pero no dejó de clamar. Al contrario, cuando estaba en agonía oraba más intensamente. Incluso cuando sus amigos se durmieron, siguió derramando su alma en oraciòn.
Fue allí donde ganó la batalla. Donde recibió fuerzas para soportar el beso de la traición, la soledad cuando sus amigos huyeron, los testigos falsos y todo lo demás. Los ángeles vinieron y lo confortaron. Su espíritu se hizo fuerte sostenido por el Consolador.
Aprendamos de su ejemplo. Cuando el dolor sea grande oremos y si la angustia es más grande, oremos más. En la oración obtenemos las fuerzas para enfrentar cualquier adversidad. Orando nos hacemos fuertes. Mientras oramos veremos descender los ángeles enviados a ayudarnos.