Pilatos puso a Jesús delante de todos disfrazado con la corona de espinas y el manto de púrpura. Se los habían puesto los soldados para burlarse de él. Y al mostrarlo débil, herido, el foco de burlas y desprecios, el funcionario romano dijo: «¡He aquí el hombre!». No lo honró como el Dios encarnado, ni como el rey descendiente de David.
Hay quienes llevan una imagen de Jesús colgada del cuello. Un Cristo sufriente, con mirada perdida, débil. Y es cierto que Jesús se hizo humano, se humilló hasta lo sumo haciéndose siervo, enmudeció delante de sus acusadores y entregó su vida en nuestro lugar ¡Pero ahí no terminó la historia!
Jesús no era un hombre cualquiera, no era simplemente un rabino, un maestro destacado, un profeta con poder de hacer milagros ¡Él era el Verbo hecho carne! Él existía desde antes de la fundación del mundo: «En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.» (Juan 1:1 NBLA). «En él estaba la vida» (Juan 1:4) Por eso el sepulcro no pudo retenerlo y resucitó venciendo a la Muerte.
¿Qué imagen de Jesús muestras? ¿La de un hombre que da lástima?, ¿La del Creador que se hizo humano para salvarnos?, ¿La del Rey de Reyes, vencedor de la muerte que promete vida eterna a todos los que le reciben?
Si eres hijo de Dios y dices que Cristo vive en ti: ¿Cómo lo reflejas? ¿Qué clase de vida llevas: derrotada o victoriosa? ¿Cuál es tu carácter: manso o soberbio? ¿Qué objetivo te guía: tu propio bien o también el de los demás?