Dios no quiere condenar a nadie. Una y otra vez nos da oportunidades para cambiar, busca la manera de abrirnos los ojos. Sabe que si seguimos por ese camino terminaremos envueltos en toda clase de maldad. Y al final, el diablo se reirá de nosotros en el infierno.
Como un buen padre nos enseña, nos disciplina, nos repite una y otra vez sus consejos. Pero algunos no quieren aprender.
Con angustia ve cómo nos volvemos sordos a su voz, ciegos ante nuestra conciencia. Y vamos cuesta abajo… Por más que extiende su mano, no la queremos tomar, porque no queremos que nadie nos diga qué hacer.
Al tocar fondo algunos reaccionan. Pero otros no tienen cura, son peores que los que nunca conocieron a Dios. No tienen cura porque no es que no se dan cuenta que hacen mal, o no sepan cómo cambiar, no quieren.
Como es un Dios santo y justo, llega el momento que tiene que castigar. Entonces no habrá cura para el dolor.