El diablo vino para hurtar, matar y destruir (Juan 10:10). Pero como es mentiroso y padre de mentira (Juan 8:44), aparenta ofrecer libertad y alegría. Poco a poco nos enreda, susurrando mentiras, sembrando discordia, haciéndonos sentir inútiles, llenándonos de temor. Si no lo hacemos callar se hace más fuerte, explota nuestras debilidades. Él sabe bien si nuestro problema son los vicios, el orgullo, la avaricia, el miedo o la baja autoestima. No es que sea omnisciente como Dios. Pero nos observa, dando vueltas a nuestro alrededor como un león hambriento (1 Pedro 5:8).
Si estamos llenos del Espíritu Santo no puede entrar en nosotros, pero usa a los demás para debilitar nuestra fe y hacernos perder el gozo. Si no estamos atentos no nos daremos cuenta que es él quien usa incluso a nuestros hermanos para atacarnos.
Aquellos que se dejan vencer, son encadenados espiritualmente. Pueden llegar a ser poseídos por demonios. La Biblia nos cuenta la historia del gadareno que tenía como dos mil demonios dentro1. Vivía en los sepulcros, alejado de su familia y vecinos, lastimándose a sí mismo, desnudo, casi un animal salvaje. Ese es el destino que quiere Satanás para nosotros: degradarnos lo más posible, si fuera posible, matarnos.
Por eso no podemos darle lugar. No dejemos puertas abiertas, como falta de perdón, miedo, idolatría (como consultar a curanderos y adivinos). Llenemos nuestro corazón con la Palabra de Dios, no dejemos de orar ni de congregarnos, busquemos el fuego del Espíritu Santo que destruirá toda cadena del diablo.
1 Teniendo en cuenta la cantidad de cerdos en los que se metieron cuando Jesús los echó del hombre, eran como dos mil (Marcos 5:13).