En Belén, un ángel se presentó ante los pastores que cuidaban sus ovejas durante la noche, para anunciarles que había nacido el Salvador, Cristo el Señor. Entonces vieron un resplandor en el cielo y apareció un coro de ángeles que entonaban las palabras de este cántico:
«¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!»
Desde el principio de los tiempos, desde que Adán y Eva pecaron, la creación esperaba el día en que llegara Jesús (que significa «Salvador»). Solo el Verbo hecho carne, Emanuel (que significa «Dios con nosotros»), podía restaurar la relación entre Dios y los hombres. Solamente él podía ser perfectamente santo y como hombre tomar nuestro lugar, pagar por nuestro pecado muriendo en la cruz. Solamente él, que es Dios podía vencer la muerte y traernos la esperanza de la vida eterna.
Por eso los ángeles daban gloria a Dios, por su amor tan grande al ofrecernos lo más valioso: la vida de su hijo amado, para que viviera entre nosotros, sufriera las mismas penalidades que nosotros y se ofreciera como un cordero sin culpa por nosotros.
Decían ¡en la tierra paz! porque por fin, la tierra que fue maldecida cuando la primer pareja pecó, ahora veía llegar el remedio. Y declaraban ¡buena voluntad para con los hombres! porque había llegado el tiempo de la gracia, de la misericordia del Padre para toda la humanidad.