Jehová había ordenado a través de Moisés que dejen ir a su pueblo para que lo adoren. Pero Faraón se creía más astuto, con cada plaga decía: «Esta vez los voy a dejar ir, oren por mí para que acabe esta plaga» y luego no les daba permiso. Entonces Dios les mandó una profunda tiniebla, una oscuridad tan espesa que hasta se podía tocar (Éxodo 10:21). Y se tuvieron que quedar quietos, humillados, en sus casas. Mientras que en donde vivían los israelitas había luz.
Como esa densa niebla que impedía a los egipcios ir al mercado, trabajar, incluso moverse dentro de sus casas… así también las tinieblas espirituales nos estancan. No se puede andar si no se ve el camino. No se puede avanzar en la vida si Dios no nos da su luz para guiarnos.