Elías era un hombre de fe, pero no bastó declarar que llovería, tuvo que postrarse ante Dios en oración. La respuesta no se vio enseguida, hacía falta perseverar. Mandó a su criado siete veces y recién entonces vio una nube pequeña, como la palma de una mano. Eso fue suficiente, el profeta mandó decir al rey que se fuera porque venía la tormenta ¡y vino la lluvia!
Después de tres años y medio, llovió porque un hombre tuvo fe en Dios, oró y fue perseverante en clamar hasta que Dios obró el milagro.