Jesús, en la cruz, pudo lograr la victoria que para todos nosotros era imposible.
Dice la Biblia que Dios hizo al ser humano poco menor que los ángeles (Salmos 8:5), es decir, los ángeles son más poderosos que nosotros. Incluso los ángeles caídos. Pero sobre ellos hay otros seres con mayor autoridad: los principados y las potestades ¡No había manera que pudiéramos derrotarlos! Para colmo, cuando pecamos adquieren el derecho de atormentarnos. ¡Y no hay hombre que no peque! (2 Crónicas 6:36) Así que el diablo y todos sus seguidores tenían libertad sobre nosotros para hurtar, matar y destruir (Juan 10:10). Nos robaban la salud, la alegría, la paz, sembraban celos y orgullo para que nos enfrentáramos unos a otros, nos ataban con vicios y violencia…
Pero Jesús, el santo, pagó con su vida el precio por nuestro pecado. Arrancó de las manos de Satanás el acta de los decretos que nos condenaba y la clavó en la cruz (Colosenses 2:14). Los despojó de su poder sobre nosotros. Venció la muerte para darnos vida ¡¡¡Ahora sí somos libres!!! ¡Nuestros adversarios están vencidos!
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