La Navidad pasó. Hubo adornos, comida en exceso, encuentros y desencuentros, alegría, tristeza, duelo, festejos… Un sin fin de emociones, pero muy poco de adoración y reconocimiento al protagonista de esta fecha especial. No hablo de Papá Noel, Santa Claus o San Nicolás. Me refiero a Jesús que nació en un pesebre de Belén la primera Navidad.
Satanás se esfuerza para que la gente, incluso celebrando la Navidad, ni se acuerde de Jesús. ¡Tanto brillo y adorno pero se perdió el significado!
Por eso me gusta como presenta la historia el evangelio según San Juan. No habla de los ángeles y los pastores, de los magos de Oriente, del pesebre. Solo lo esencial: En el principio existía el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios. El Verbo se hizo carne, el Creador vino al mundo en forma de hombre, el autor de la vida vino a dar su vida por la humanidad.
En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.
(…) Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.
Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.
Juan 1:1-6 y 9-14