Rara vez el pecado envuelve nuestra vida de repente. Nadie se convierte en villano de la noche a la mañana. Es un proceso. Comienza con algo pequeño, como una grieta en la pared, que luego crece hasta poner en peligro todo lo que construimos: esa casa que es nuestra vida, esa relación, ese proyecto en el que trabajamos por años.
Si cedemos cada vez que nos ofrecen una copa, un cigarrillo o cualquier otra cosa que genere adicción, terminaremos enviciados. Será una grieta que irá creciendo hasta dejar nuestra vida en ruinas.
Si dejamos que nos domine la ira, el enojo del momento, ese sentimiento se convertirá en rencor, en odio. Luego, nos dominará y se convertirá en una grieta por donde los demonios entrarán a nuestra vida.
Si dejamos que el pecado crezca, sea cual fuere, aunque se vea pequeño, insignificante… crecerá como una grieta hasta que un día, de repente, todo se vendrá abajo. No habrá forma de esconderlo ni de arreglarlo. Entre escombros, nos lamentaremos por no haber oído a Dios hablando a nuestra conciencia.