Nos da pereza leer. Estudiar requiere mucho tiempo. Incluso nos cuesta sentarnos a pensar en el problema que queremos resolver. Y sin embargo… ¡No queremos que nadie nos diga que hacer! ¡Y menos la Biblia!
¡Qué ingenuos somos!
Aunque pedimos consejo, lo hacemos a quien sabemos que va a decirnos lo que queremos oír. Pensamos que nadie conoce nuestra situación mejor que nosotros. Nos olvidamos que Dios lo sabe TODO, incluso los pensamientos que rondan en nuestra cabeza.
Si tenemos que tomar decisiones, no nos creamos más inteligentes de lo que somos. Pidamos dirección al que sabe más que nadie: al perfecto, al Todopoderoso, a nuestro Padre Celestial. No seamos rebeldes, es mejor seguir sus consejos: ¿Quién sabe lo que tiene planeado? ¿Podremos adivinar sus secretos y prepararnos para lo que vendrá?