Cuando la lluvia cae en tierra húmeda, enseguida se hacen charcos. El suelo no absorbe toda el agua.
Pero cuando llueve en el desierto, rápidamente el agua desaparece en las profundidades del suelo. La tierra sedienta aprovecha esta bendición, la deja entrar hasta lo más hondo. Y luego reverdece, por todas partes brota la hierba y florece.
Seamos así, como esa tierra seca. Reconozcamos nuestra necesidad de Dios. Recibamos su Palabra con humildad, con deseo de ponerla en práctica para que dé mucho fruto.
Dios los bendiga y haga fructificar.